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Los secretos fueron muchos, muchos.
Como un árbol prolífero que dejaba caer sus frutos incesantemente.
Granadillas que se quedaban, amontonadas en el suelo, bajo el sol y la impotencia.
¿Cuántas semillas han germinado, han crecido y apretado como enredaderas?
¿Cuántas cáscaras, ya ácidas, han dejado vértigos sobre el piso?
¿Cuántas veces el olor a amenaza ha robado el aroma dulce y refrescante de la lluvia?
(Los secretos, pesados como máscaras de plomo,
doblan la crianza, condenan los parpados y las sonrisas.
El carnaval grisáceo sólo termina con otra fiesta:
La que cuelga muecas y mentiras en los libros.)
Hoy son monstruos de papel, carátulas encadenadas por la multitud de palabras,
por los títulos altos y fuertes, por los puntos finales y certeros.
Se han transformados en marcadores de páginas, de verdades y de hermosuras.
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